En el silencio de la noche miraba que el
fuego se consumía lentamente. Había sido un día –como todos los días– agotador.
Se podía ver a través del gran boquete de la caverna la enorme bóveda del cielo
estrellado. Los demás dormían alrededor de la fogata que quemaba sus últimos
leños. El fuego era bueno, les daba calor, los defendía de sus enemigos
naturales, cocinaba sus alimentos y si miraban detenidamente encontraban en sus
llamas formas como espíritus que bailaban enloquecidas.
Por Rubén Reveco, licenciado en Artes Plásticas
Tiempo atrás había realizado tres
importantes descubrimientos en un solo día: 1) Formas extrañas estaban sobre la
pared de la caverna, las que junto al fuego, iban desapareciendo. 2) Esas
sombras podían tener formas humanas. 3) Al moverse ellos, las sombras también
se movían.
Ese fue un día importante y toda la tribu se
divertía con sus sombras en el muro. Los niños habían inventado simples juegos
con sus extremidades. Eso sí, no podían entender por qué pasaba. No asociaban, no
deducían aún y pasaría mucho tiempo hasta que se relacionara luz, objeto y
sombra y el enigma, por fin, quedara resuelto.
Mientras tanto, él miraba la bóveda de la
caverna. Era el único que permanecía aún despierto. Esa noche habían estado
felices, comiendo bien y en abundancia. En un palo aún quedaban
restos de carne asada y por el suelo, despojos del animal cazado ese día. Estaba también la
cabeza del ciervo macho con su cornamenta intacta ensartada sobre un palo.
Con una rama entre sus dedos, el hombre
acomodaba las últimas brazas que quedaban. “Sería bueno –pensó– mantener el
fuego hasta el otro día”. Atizaba el rescoldo y la rama estaba negra y por momentos se
encendía amenazando quemarse. Entonces la introducía en el interior de la
ceniza y la apagaba.
Fue en ese momento cuando vio la sombra del
ciervo; el perfil de la cabeza con sus hermosos cuernos estampado en la pared de la roca.
Pensó nuevamente “sería bueno que el alimento nunca falte, que mi gente no
pase hambre”. Miró el palo que tenía entre sus manos y tocó con su punta la superficie rocosa. Vio con sorpresa que se formaba una línea.
Entonces, motivado por una extraña fuerza, se paró y deslizándose sigiloso copió el perfil del animal. A pesar de la oscuridad,
se podían apreciar las líneas que daban forma al animal sobre la pared.
Entusiasmado, puso el “lápiz” entre las brazas para que la punta se quemara
nuevamente y así poder continuar con su
trabajo antes de que la sombra desapareciera. La duda que tenía era si al otro día,
cuando el sol alumbrara, estaría todavía ahí la cabeza del ciervo con su
hermosa cornamenta. Era sabido que de día las sombras se alejaban.
A la mañana siguiente, el “primer artista
de la historia” no fue el primero en levantarse. Los gritos temerosos de los
hombres y mujeres lo despertaron violentamente. Pudo ver que todos estaban
reunidos observando algo sobre la pared. Se levantó de un salto y su sorpresa
fue grande. Como era de esperar la sombra ya no estaba, pero sí el espíritu del
animal atrapado entre las líneas que esa noche había dibujado. No salía de su
asombro. De esa forma, dibujando a todos los animales que le servían de
alimento, la caza estaba asegurada. “Así –pensó– las cosas desde hoy
estarán mucho mejor”.
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